Edicion Abril-Junio 2019 / Volumen 17-Número 2

Se van, pero se quedan Cuatro años y treinta y tres días, seis Maestros se han ido, pero permanecen entre nosotros


They Leave, but They Stay Four Years and Thirty-Three Days, Six Masters have Left, but They Remain Among Us

Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna manera el Maestro continúa viviendo en aquellos ojos que aprendieron a ver el mundo a través de la magia de sus palabras. De esta manera el Maestro no muere jamás

Rubén Alves

16 de noviembre de 2014-18 de diciembre de 2018

  • Dra. Josefa Novales Santa Coloma (27 de octubre de 1926-9 de abril de 2014)
  • Dr. Amado González Mendoza (7 de febrero de 1930-14 de junio de 2014)
  • Dr. Rafael Andrade Malabehar (24 de enero de 1924-16 de noviembre de 2014)
  • Dr. Amado Saúl Cano (1 de enero de 1931-19 de marzo de 2015)
  • Dr. Ramón Ruiz Maldonado (7 de noviembre de 1937-5 de abril de 2017)
  • Dra. Yolanda Ortíz Becerra (17 de septiembre de 1934-18 de diciembre de 2018)

De los seis no podemos decir que fueron excelentes profesores, fueron más, merecieron el ser llamados “Maestros”. Buenos profesores hay muchos, dignos de ser llamados Maestros, pocos (Dermatol Rev Mex 2014; 58:317-321).

Los pioneros de la dermatología en México fueron los maestros Salvador González Herrejón y Fernando Latapí, ellos sembraron la semilla, abonaron la tierra y la hicieron germinar, el árbol creció rápido y sus primeras ramas, de gran consistencia. Josefa Novales, Amado Saúl, Ramón Ruiz y Yolanda Ortiz fueron parte de esa generación, a ellos se unieron Amado González, quien tuvo sus primeros contactos con el área en el Instituto de Enfermedades Tropicales, al lado del doctor Antonio González Ochoa, en micología, y posterior a su regreso de París con el doctor Ernesto Macotela en el Centro Médico Nacional; y el doctor Rafael Andrade, quien después de su formación y práctica en el extranjero se integró al equipo del Hospital General. Todos, con una vocación docente innata, laborando en los principales servicios de dermatología que había en su momento en el país, centros a donde confluían para realizar su posgrado, jóvenes egresados de las facultades de medicina de todos los estados de la República y de la mayoría de los países de Latinoamérica, donde por su influencia eran considerados paradigmas a seguir por su sabiduría, profesionalismo, humanismo y amor a la profesión, y así trascendieron todas las fronteras.

El maestro Chávez mencionaba que Ser Maestro significa no sólo poseer un tesoro del saber, sino estar dispuesto a compartirlo; estos seis maestros atraparon la sabiduría y la compartieron con sus discípulos en las aulas, en cursos, en congresos nacionales e internacionales la pusieron al servicio de toda la comunicad médica a través de la gran cantidad de publicaciones que realizaron y la edición de libros.

Ser Maestro es caminar por la vida con la avidez del estudioso que busca la verdad, pero también con el gesto del sembrador, que lanza a mano abierta su grano. Los seis nunca dejaron de ser estudiantes, entendían la gran responsabilidad que se tiene de ser los mejores en nuestra profesión; sabían que la comprensión del sufrimiento no es suficiente si no se pueden brindar los mejores recursos que hay en la medicina, tenían conciencia de “la obligación moral de estudiar”, tenían claro que el límite de la capacidad de ayuda que presenta el dermatólogo debe ser el que hayan alcanzado los conocimientos de su tiempo y no el otro, situado muy atrás, el que fija la ignorancia, y esta avidez por el estudio trataban de compartirla con sus discípulos. Ser Maestro es tener la altura intelectual propia del que enseña y a la vez el pulimiento moral que se requiere para enseñar con el ejemplo, los seis tuvieron un comportamiento ejemplar como docentes y en el ejercicio de la profesión. Ser Maestro es hacer que quepan juntas en el alma la ambición de subir e impulsar a sus discípulos y de gozar con su triunfo, los seis compartieron su saber con sus alumnos, también el pan y el vino, los espacios de discusiones intelectuales y los momentos de esparcimiento social, brindaron con ellos, los impulsaron a profundizar en el estudio, a realizar cursos en el extranjero y gozaron sus logros tanto como los suyos propios.

Por todo lo anterior es que los seis merecen ser llamados Maestros, mucho más allá de ser considerados profesores. No todos fuimos sus discípulos presenciales, pero sus conocimientos y su sabiduría trascienden los muros de la aulas, los espacios y los tiempos, es por eso que podemos decir con toda propiedad que son ¡nuestros maestros!

Para los seis nuestro reconocimiento, agradecimiento y cariño; y para los jefes de los departamentos de dermatología, donde se imparten los cursos de posgrado, que estén conscientes de la responsabilidad que tienen de que sus egresados salgan con un sentido de pertenencia al gremio de dermatólogos, y eso implica tener conciencia de que si ellos han gozado de los beneficios de tener un árbol frondoso, repleto de frutos, es porque algunos en el pasado sembraron y abonaron la semilla. Es su obligación que sus egresados conozcan la vida de los maestros y hacerles sentir que son sus maestros, porque ellos sembraron los cimientos de sus conocimientos actuales.

“Su desaparición física es irrelevante, dado que lo esencial de su alma, lo mejor de su espíritu, los dones de su obra son ya del dominio universal”, Raúl Arreola Cortés.

Ellos son parte de una generación que le ha dado un rostro a la dermatología mexicana a nivel internacional.

Dr. Pablo Campos Macías Facultad de Medicina de León, Universidad de Guanajuato