Edición Abril-Junio 2015 / Volumen 13-Número 2

The legacy of “Saul” in dermatology

No hay más que una educación y es, el ejemplo.

Gustav Mahler

La dermatología mexicana es una disciplina robusta, fuerte en la medicina de nuestro país, y esto sin duda se debe a la profunda raíz, a los cimientos con que se ha creado, a los pioneros y a los grandes maestros que les prosiguieron; un ejemplo claro entre muchos es el profesor y doctor Amado Saúl

Este editorial de Dermatología Cosmética, Médica y Quirúrgica versa acerca de su legado en la dermatología, y con esto no pretendo resaltar sus cualidades y virtudes como el extraordinario ser humano que fue, porque eso ya se hizo en los diversos homenajes que se le realizaron en vida, en las palabras post mórtem que se le han dedicado, y que sin duda se seguirán haciendo; no, más bien el sentido de éste es remarcar la herencia académica que nos ha dejado.

Sin duda alguna, su formación con el maestro Fernando Latapí fue significativa para entender esta especialidad, pero sobre todo para asimilar toda su filosofía, misma que mantuvo viva hasta el último momento, como muchos de sus alumnos que siguen este sendero.

En un fragmento del escrito del doctor José Cerón, jefe del Centro Dermatológico de Yucatán, dice: “El maestro Saúl pertenece a una rara especie de dermatólogos en peligro de extinción, aquellos que no viven de la dermatología, sino que viven para la dermatología” (http://sipse.com/opinion/el-maestro-amado-71365.html), estas palabras son muy ciertas para entender su vida académica, la cual puedo resumir en cuatro aristas, en cuatro vértices: la enseñanza clínica, oral, escrita, y moral.

El legado clínico: para quienes tuvieron el privilegio de estar cerca de él y de manera muy similar a su compañero en tiempo y espacio, el maestro Jorge Peniche, fueron personajes dotados con esa facilidad para observar a los pacientes, del interrogatorio preciso y del atinado diagnóstico, requerían de pocos apoyos, más bien los indispensables estudios de laboratorio y de dermatopatología, a ambos sin duda les tocó un tiempo en donde el “ojo clínico” era fundamental; incluso cabe resaltar que el propio maestro Saúl fue una persona con múltiples problemas visuales de varios tipos. Recuerdo su comentario acerca de que cuando escribió su primer libro lo hizo prácticamente con un ojo; probablemente sus deficiencias visuales agudizaron más otros sentidos, el del tacto, pero en particular el de la pregunta precisa al paciente. Creo que en ocasiones los nuevos dermatólogos son presas de la tecnología, y se olvidan que la visión y la anamnesis son fundamentales.

El legado oral: otro de sus grandes dones fue la oratoria, pero además estoy seguro de que era el ejercicio que más le gustaba, en múltiples ocasiones le escuché decir: “Me encantaría morir dando clases”. Su objetivo era claro, nunca abusó del tiempo, porque insistía en que era posible decirlo todo en el tiempo que se le asignara: “Vea cómo hace un comercial de la televisión, en 20 segundos dicen todo lo que quieren, ellos también manejan lo que nosotros, la imagen y la palabra”. Se podría entender la vida del maestro alejado de sus pacientes, pero jamás de los alumnos, en particular de los más pequeños, de los de pregrado, siempre insistió en que ahí es donde la enseñanza de la dermatología cobra su real importancia: “Si todo funcionase en la base, no llegarían los pénfigos a punto de morir, o los micetomas tan extensos”. Al final de su vida, a pesar de su notable imposibilidad de movimiento, dejó varios compromisos sin poder cumplir, y creo que lo que pidió de alguna manera se le cumplió, murió enseñando.

El legado escrito: otra de sus grandes facilidades fue la escritura, prácticamente escribía como hablaba, por eso cuando apareció en su vida la computadora, en la que materialmente podía “retroceder”, fue algo maravilloso pero que usó poco. El maestro publicó muchos artículos en diversas revistas y para diferentes niveles, pero no fue un acumulador de éstos, siempre los leyó y revisó; de hecho, de manera directa criticaba eso de los sistemas de investigadores que obligan a la producción, y preguntaba de manera crítica si todo eso que se escribe es fehaciente y tiene un objetivo. Es de remarcar la enorme defensa que hizo de los trabajos escritos en español, y aunque entendía que el inglés es el idioma de la ciencia, siempre insistió en defender lo nuestro. De su escritura hay que destacar dos cosas: primero, sus 35 años como editor de Dermatología Revista Mexicana (aspecto en el que también cabe mencionar a otros editores y coeditores, como los doctores Yolanda Ortiz, Roberto Arenas, Fermín Jurado, entre otros) permitió sentar la base de la comunicación entre el gremio dermatológico. Lo segundo es su libro Lecciones de dermatología que, como su título indica, son realmente eso, lecciones; es una obra de fácil lectura, si uno entrecierra los ojos, da la impresión de que lo está escuchando. Este libro ya es una obra clásica de la dermatología, pero sobre todo de la medicina mexicana, pues no hay duda de que muchos de los médicos generales, familiares y de las diversas especialidades se formaron con esa obra. Nunca quiso escribir algo más especializado porque, como mencionamos, su enfoque era claro: la formación de alumnos de pregrado y el apoyo al dermatólogo en formación.

El legado moral: “el ojo clínico” y el interrogatorio se pueden educar, la experiencia lo hace; hablar mejor y de forma más precisa se puede mejorar con la repetición y la escritura constante, porque al hacerlo cotidianamente, con la ayuda de las reglas gramaticales, se va mejorando. Sin embargo, en lo que no se puede ir mejorando es en la calidad moral y ética. Durante su paso como jefe de servicio, nunca sucumbió a las autoridades, su relación con la industria fue mínima, y tampoco se dejó influenciar para presentar lo que nunca quiso o creyó de los medicamentos ni de la tecnología en dermatología, siempre insistió en que el tiempo era el que daría su justo valor. Esto tiene una clara enseñanza: que pocas cosas entre los fármacos y las nuevas herramientas de diagnóstico o tratamiento pasan la prueba del tiempo.

En resumen, el maestro logró dejarnos un gran legado mediante la suma de ser un extraordinario clínico, de su enseñanza escrita y oral, así como de su indiscutible posición diáfana y clara sobre la ética y la moralidad de su especialidad. Yo particularmente pienso que fue el valor moral y educacional más importante de la dermatología mexicana de las últimas décadas, y es por eso que el “legado Saúl” queda para la posteridad como un ejemplo para las nuevas generaciones.

Alexandro Bonifaz

Hospital General de México “Dr. Eduardo Liceaga”

Servicio de Dermatología

Departamento de Micología