Edición Octubre-Diciembre 2014 / Volumen 12-Número 4

Amado González Mendoza (7 febrero 1930 - 14 junio 2014)

Cuando en nuestra existencia cruzamos con un ser que ilumina y que marca algunos aspectos de nuestro destino y llega el momento de su partida, deja una sensación de vacío, de nostalgia, pero a la vez de agradecimiento, ya que aún sin estar presente su genialidad sigue viva en nuestro corazón, de tal forma, que no se le puede ignorar y mucho menos olvidar, es así que hoy en una líneas dejamos la semblanza del Dr. y maestro Amado González Mendoza.

Nació en la ciudad de México el 7 de febrero de 1930, sus padres fueron Soledad Mendoza y Manuel González Quintana y tuvo tres hermanas Guadalupe, Graciela y Elisa.

Su infancia se desarrolló en un ambiente armonioso y familiar, en la secundaria surge el gusto por las ciencias sociales, historia de México y universal, que lo llevan a ganar concursos interescolares.

La primera vez que pensó en una profesión fue la de ser historiador, sin embargo su padre le comentó “a lo mucho podrás ser maestro de secundaria”, por lo que se orientó a las ciencias biológicas.

De 1949 a 1955, cursa la carrera de Químico Bacteriólogo Parasitólogo, en la Escuela de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional, donde trabajó como profesor asociado en el laboratorio de microbiología agrícola industrial.

En 1955, se casó con la Srita. Ana Rosa González, en la iglesia de San Jerónimo en la ciudad de México (a los 15 años de matrimonio adoptaron a Diego y Rocío).

En 1956, pasó a la microbiología médica ya que fue invitado por el Dr. Luis Bojalil a trabajar en el Hospital General de México, en la unidad de patología cuyo director era el Dr. Ruy Pérez Tamayo. Sus inicios en la micología médica fueron a través de las clases del Dr. Antonio González Ochoa.

Decide estudiar medicina e ingresa a los 27 años, a la Universidad Nacional Autónoma de México de 1957 a 1962. Durante la carrera fue a un curso de micología médica como asistente denominado “Laboratory methods in medical mycology” en el Centro de Enfermedades Contagiosas de Atlanta, Georgia, impartido por el profesor Libero Ajello.

En 1962, ya siendo médico, junto con su esposa (Rochi), consigue una beca y llega a París, donde se incorpora al laboratorio de micología del Instituto Pasteur, cuyo jefe era el profesor Gabriel Segretain y sus asociados Edouard Drouhet y François Mariat, además se incorporó al servicio de dermatología del Hospital Saint Louis con el profesor Robert Degos, cuyo director era el Dr. Jean Civatte, el cual fue su maestro de dermatopatología.

El Dr. Mariat le ofrece prolongar su estancia y en este tiempo disfruta aún más de los museos, la ópera, ballet y teatro, además conoce varios países de Europa. Regresan a México en 1963.

A partir de 1964, trabaja en el departamento de Patología del Centro Médico Nacional del IMSS, allí conoce al Dr. Ernesto Macotela Ruíz quien lo invita como dermatopatólogo.

En 1977, llegó a la ciudad de Guadalajara como jefe del laboratorio de Patología Experimental de la unidad biomédica de Occidente del IMSS (CIBO) (hasta 1990). Es invitado por el Dr. José Barba Rubio al Instituto Dermatológico de Jalisco, a formar parte como profesor honorario y como un reconocimiento a su trayectoria como maes-
tro y asesor del Instituto a partir del año 2001, el auditorio lleva su nombre
.

 

Amado González en su metamorfosis de Químico a Médico (1957).

Un aspecto muy importante en la vida del maestro Amado, fue el amor a su familia, especialmente a su incondicional compañera Rochi, con quien a lo largo de varios años tuvo la oportunidad de viajar, cultivarse y lograr numerosos amigos. Fue tan fuerte esta relación que después de la muerte de su esposa, apenas hace 3 meses, él perdió las ganas de seguir solo y partió a su encuentro.

El conversar con el maestro, era escuchar en esa voz pausada y firme, al hombre que muestra el deseo de enseñar, al sabio cuando se le pide un consejo, al amigo bondadoso y al personaje culto en literatura, música y otros temas, además de reír de su sarcasmo de cómo veía la vida.

El Dr. Alfredo Soto, alumno y amigo de él comenta El maestro es afortunado en su devenir por este mundo, porque al margen de sus éxitos científicos, ha cosechado el don maravilloso de la amistad en todos los que lo conocen y esto hace sintonía con su nombre. A lo largo de los años ha mantenido el cariño y afecto de los que lo rodean, producto de lo que ha sembrado y con creces ha cosechado”.

Hasta 1999, publicó como autor o coautor, 137 artículos en idioma español, inglés o francés, 48 sobre micología, 20 de dermatopatología, 20 sobre enfermedades dermatológicas, 10 de parasitología, 39 de varios tópicos (tuberculosis, lepra, inmunología).

Miembro de más de 16 sociedades médicas y/o científicas entre las que se encuentran: La Academia Nacional de Medicina, Academia Americana de Dermatología, 
Colegio Ibero Latino Americano de Dermatología, Ex presidente del Consejo Mexicano de Dermatología, Ex presidente de la Asociación Mexicana de Micología Médica, Sociedad y Academia Mexicanas de Dermatología, Academia Española de Dermatología, Medical Mycological Society of the Americas, Sociedad de Dermatología del Uruguay, Sociedad de Dermatología de Costa Rica, Ex presidente del Colegio de Dermatólogos del estado de 
Jalisco.

Para las nuevas generaciones de hoy, el tiempo parece más bien un verdugo, que una razón de ser, pues se ha impuesto en lo general el criterio de que más cuenta el presente, menos el futuro y nada el pasado. Esta reflexión hace que dejemos en ocasiones atrás el agradecimiento a los seres que marcaron parte de nuestra historia académica, personal o familiar y por eso nuestra deuda con un hombre que se dio el tiempo, de escuchar y aconsejar a una generación de amigos, alumnos y compañeros y que dejó parte de si en cada uno de los que lo conocimos, gracias Amado.

ATENTAMENTE

M. en C. Jorge Mayorga Rodríguez

Dra. Mercedes Hernández Torres

Dr. Julio Salas Alanís

 

Amado González Mendoza (1930-2014)

Hace unos pocos meses perdimos a nuestro muy querido amigo, compañero y maestro, Dr. Amado González Mendoza.

Me cuesta mucho escribir estas líneas en su memoria porque fue un hombre excepcional con quien tuve la fortuna de convivir durante más de 
40 años.

El convencionalismo dicta que al fallecer una persona se exalten todas sus cualidades, reales o no. Pero tal no es el caso de Amado.

Su valía como científico y académico es de sobra conocida y huelga detallar ese rubro de su vida, pues otros colegas que trabajaron estrechamente con él tendrán mucho más que decir al respecto.

Sólo quiero destacar que, luego de graduarse como microbiólogo y parasitólogo en el Instituto Politécnico Nacional, se interesó en la anatomía patológica y abordó al Dr. Ruy Pérez Tamayo, quien le aconsejó que, si de verdad quería dedicarse a esa especialidad debía, en primer lugar, obtener el título de médico. Y así lo hizo.

Fue entonces cuando inició sus estudios en patología general y muy particularmente, dermatopatología y dermatomicología, dos disciplinas en las que se destacó como un maestro entre una multitud de investigadores.

Sin embargo, como señalé antes, en este homenaje póstumo quiero destacar los lazos de amistad que forjó no sólo con un servidor, sino con todos los integrantes de la división de Dermatología, con quienes convivió muchos años y para quienes su ausencia es igualmente dolorosa.

Y es que, a lo largo de 38 años, Amado estuvo presente en casi todas las actividades científicas, académicas y culturales de la División de Dermatología (Dermagea) 
y gracias al favor de su amistad personal, aprendí muchas cosas.

Poseedor de una cultura impresionante, sus conocimientos se destacaban, particularmente, en la música y disfrutaba inmensamente de los conciertos que, ocasionalmente, escuchábamos juntos en la sala Nezahualcóyotl, donde podía comprobar la manifiesta intensidad de las emociones que aquellas composiciones le provocaban. Fue allí donde me instó a desarrollar un interés especial en la ópera, género que, hasta entonces, no tenía el menor interés para mí.

El sentido del humor de Amado era proverbial y muy a menudo iba teñido de una crítica muy fina y sutil que no pocas veces revestía de autocrítica, una autocrítica por demás infundada, pues el maestro tenía muchos más valores de los que su también proverbial modestia le permitía reconocer.

Con todo, tal vez lo que más nos unió fueron los numerosos viajes dentro y fuera de nuestro país, los cuales propiciaron una amistad entrañable que, conforme me aproximo al final de este panegírico, me doy cuenta cabal de cuánto lo voy a echar de menos.

Unos días después de la muerte de Rochi, la compañera que iluminó su vida durante más de 60 años, desarrollé el hábito de llamar a Amado por teléfono con mayor frecuencia instándolo a explotar su talento como escritor, para que compartiera con amigos, familia y alumnos sus vivencias, alegrías y sinsabores, y recordara los muchos logros que alcanzó. No obstante, él siempre respondía: “¿A quién demonios puede interesarle mi vida y lo que he hecho con ella?”.

“Amado”, decía yo, “ten la seguridad de que estás rodeado de amigos que te queremos y estamos ansiosos de conocer los detalles de tus esfuerzos para alcanzar tus metas”. Siempre prometía que lo haría y quiero creer que así fue. Pero su tiempo se agotó.

Amigo mío, como bien dice tu hijo Diego en un correo electrónico que ya no verás, fuiste un ser pleno de bondad, generoso, buen padre y gran amigo. Y por eso y muchas otras cosas, te granjeaste la amistad de cuantos tuvimos el enorme privilegio de conocerte y recibir tu cariño.

Hasta siempre, querido Amado.

Dr. Luciano Domínguez Soto

Jefe de la División de Dermatología

Hospital General “Dr. Manuel Gea González”