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Reflection on Educational Training in Medical Specialties During the Pandemic

Dr. Pablo Campos Macías1 y Dr. Luis Humberto López Salazar2

1 Dermatólogo, académico y exdirector de la Facultad de Medicina de León, Universidad de Guanajuato

2 Cirujano general con especialidad de tracto digestivo, académico de la Facultad de Medicina de León, Universidad de Guanajuato, doctor en innovación educativa por el Instituto

Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey

En una pandemia tan devastadora como la actual, aparte de la medicina científica, la que se practica con el cerebro, debe ejercerse también esa otra medicina que se practica con el corazón.
José Antonio Sacristán, Jesús MiIlán


Lejos aparecen en nuestra memoria las noticias surgidas en diciembre de 2019, los primeros casos de una neumonía de etiología desconocida en un grupo de pacientes ingresados en hospitales de Wuhan, la capital de la provincia de Hubei, en China central. Poco tiempo se requirió para identificar el agente causal, sars-cov-2, menos tiempo necesitó el nuevo coronavirus para intrépidamente atravesar las fronteras, cruzar los océanos, hacerse evidente en todos los continentes, una nueva pandemia en la historia de la humanidad.

<Teníamos evidencias históricas de eventos similares en siglos pasados, incluso más catastróficos, cuántas veces leímos, sin el menor impacto emocional, los millones de seres humanos infectados y los millones que vieron terminados sus proyectos e ilusiones de forma súbita, por demás inesperada. Ésta es, dentro del marco histórico, sólo otra pandemia, la diferencia es que ahora nosotros somos los protagonistas de la historia, los que al no poder contener el proceso infeccioso, hemos sucumbido, los números fríos ahora tienen un rostro y un nombre en nuestra memoria, eso hace que para nosotros sea la mayor hecatombe de todos los tiempos.

Ser residentes en época de pandemia

Hemos sido testigos presenciales de cómo la llegada del virus a cada país significaba, ante su capacidad demoledora de contagio, un resquebrajamiento de sus sistemas de salud, su capacidad hospitalaria rápidamente rebasada, la insuficiencia de apoyos básicos –como unidades de cuidados intensivos y número de ventiladores–, observamos, con los ojos húmedos, cómo innumerables integrantes de los sistemas de salud, compañeros, amigos, heroicamente encontraban su destino final en esas trincheras infernales.

La mayoría de hospitales escuela, sedes de programas de formación en posgrados médicos, se tuvieron que transformar en “hospitales covid”, los programas académicos suspendidos, la prioridad: prestar atención al número interminable de pacientes que ingresaban. Se canceló la atención médica en todos los servicios, así como las cirugías programadas. Los residentes en formación, al igual que los médicos de base, dejaron se ser parte de un departamento específico para integrar, junto con el personal de enfermería y servicios de apoyo, un solo frente; equipos de trabajo para tratar de apoyar en su sufrimiento a los enfermos infectados, brindarles los mejores recursos terapéuticos a su alcance, y ante los casos en que aun con los mayores esfuerzos el proceso era imposible de revertir, tratar de acompañar al paciente para que tuviera un final menos doloroso, acompañando más de cerca a la familia.

Los residentes de posgrado vieron truncada parte de su formación académica, por lo menos un año dedicarse a atender a pacientes covid, un año de no atender enfermos de su especialidad, de no enriquecerse de su práctica clínica, y qué decir de las rotaciones que perdieron por ciertos sectores, sobre todo en los que se desarrolla el adiestramiento en habilidades quirúrgicas o de intervención, rotaciones imposibles de recuperar.

Una generación de egresados de posgrado que no pudieron completar el programa académico establecido, quizá con vacíos en conocimientos y desarrollo de habilidades que tratarán de recuperar, con mayor grado de dificultad, en su práctica médica posterior. Sin embargo, adquirieron una gran experiencia en el manejo del paciente grave, con afección multiorgánica y, dicho sea de paso, retomar el manejo integral, el paciente como un todo.

Es una generación cuya formación se ha visto afectada por los signos de los tiempos, las experiencias vividas indudablemente se verán reflejadas en su práctica médica. Pocas veces la historia pone a prueba a los médicos como lo está haciendo en este tiempo, y si se puede definir el reto, éste fue resiliencia. Pero es en circunstancias como las actuales cuando probablemente brota con más fuerza la vocación, cuando mayor es el orgullo de dedicar la vida a servir y ayudar a los demás, ese ideal que todo aspirante a estudiante de medicina vivió con máxima intensidad en algún momento de su adolescencia y juventud.

Estamos ante una generación de residentes que han tenido la oportunidad de experimentar de manera intensa, vivencial, lo que es ser médico, de sentir en su vocación el dolor del sufrimiento humano, de palpar las limitaciones de la medicina, de empaparse de la finitud corporal, experiencia que, por otro lado, ha tenido una recompensa más honda y más humana, la que mencionó el doctor Ignacio Chávez:

La del bien que procura, la del dolor que alivia, la de la vida que salva. En ninguna profesión como la nuestra es ese goce tan cabal y tan íntimo. Es que ninguna está colocada tan cerca del dolor y la tragedia y ninguna puede llegar, como la nuestra, hasta la entraña misma del sufrimiento de los hombres. Y si es cierta la frase de que la medicina cura a veces, alivia otras, y consuela siempre, el médico es un hombre que tiene el privilegio de los dioses, de trocar su vida en una dádiva eterna de consuelo.

Son muchas las lecciones que los médicos en formación pueden aprender de esta pandemia. Son momentos de generosidad, de humildad e incertidumbre, pero también de confianza, de que trabajando en equipo los logros se intensifican y que en el ejercicio de la medicina no hay límites, ya que como dijo el doctor Gregorio Marañón: “hasta donde no puede llegar el saber, puede llegar el amor”.