Edición Julio-Septiembre 2013 / Volumen 11-Número 3

Open Journals. The inevitable of the free public access

El concepto del acceso público y gratuito a la información médica ha desatado un acalorado debate sobre sus beneficios y desventajas el cual, no obstante, obvia la confusión que pueden generar las distintas opiniones expresadas y sus repercusiones para el público usuario y los “proveedores especializados”. Pero ante lo inevitable de un hecho consumado, sólo nos queda esperar y en ese sentido, el tiempo es siempre “el gran depurador”.

Como sucede con cualquier cambio, es difícil percibir lo que nos aguarda al final del camino pese a que, en este caso, la meta está a la vuelta de la esquina. Toparemos con muchas sorpresas –no todas agradables– que repercutirán en todos los involucrados en ese proceso de transformación, desde médicos y pacientes hasta los intereses creados de las industrias farmacéutica y editorial.

Lo ideal sería que la comunidad científica actuara como agente constructivo de un cambio controlado a fin de evitar posturas desmedidas y digerir la información que, día a día, nos abruma con su intensa y acelerada difusión en los muy diversos vehículos de comunicación. Sin embargo, en una era de “Internet más rápido”, proliferación de medios digitales y “teléfonos inteligentes”, la demanda de información pública, gratuita y oportuna, se satisface casi siempre acompañada de la consabida taza de café.

Desde la perspectiva científica, la intermediación de los “proveedores especializados” representa un problema para los profesionales dedicados a la investigación, cuyo trabajo, metodología y crédito se han vuelto dependientes de industrias cada vez más interesadas en promover productos que principios éticos. Cada vez que un investigador paga por la publicación de un artículo de acceso público y gratuito en una publicación en línea, hay que cuestionar no sólo la calidad y validez de sus conclusiones, sino su credibilidad pues, ¿acaso esos sitios Web cuentan con paneles de revisión paritaria, como afirman muchos? ¿Cuál es el mecanismo de control de esas publicaciones, supuestamente, serias? ¿Cómo asegurar que el lector no pierda el tiempo con artículos de baja calidad y que las buenas investigaciones lleguen, realmente, a quienes les darán un uso adecuado que beneficiará a la sociedad?

Dadas las serias dudas que engendran ese tipo de ediciones y sus contenidos, habría que cuestionar si el pago por la publicación de artículos de acceso público y gratuito no es una pérdida de tiempo y dinero. Aunque, indiscutiblemente, gran número de investigadores de todo el mundo ansía publicar sus hallazgos y no todos pueden hacerlo en revistas de probada calidad, no está justificado recurrir a medios que pueden ocasionar confusión en la comunidad científica. Si bien la dificultad de acceder a conocimientos actuales y pasados es una realidad indiscutible para ciertos sectores de nuestra profesión, la solución no estriba en el acceso público y libre a contenidos dudosos, sino en publicaciones prestigiosas que antepongan la utilidad a las utilidades.

La Declaración de Bethesda sobre publicaciones de Acceso Abierto se apoya en la convergencia de la tradición y las nuevas tecnologías para que un bien público tenga un alcance sin precedentes (Wolpert AJ. “For the Sake of Inquiry and Knowledge – The Inevitability of Open Access”, NEJM 2013; 28: 785-787). Sin embargo, el principio nada tiene de novedoso, ya que fue concebido en 1945 cuando Vannevar Bush declaró: “Si un documento es útil a la ciencia, debe diseminarse, almacenarse y sobre todo, consultarse continuamente”.

Estamos frente a un cambio inevitable e impostergable que requiere de controles para repercutir, constructivamente, en los medios de información médica, y ese objetivo merece nuestro esfuerzo, atención y dedicación para evitar inconvenientes y obstáculos en nuestro propósito de practicar una medicina humanista de alta calidad.

En la última década, fundaciones e instituciones de investigación han experimentado con vehículos educativos alternos a los medios tradicionales y ahora, con más de ocho mil revistas open-access, es imprescindible crear nuevos “modelos de negocios” dirigidos a la investigación y publicación de información científica.

Numerosas revistas impresas han migrado a plataformas on-line para eliminar costos de envío que, no obstante, están compensando con cuotas para sus ediciones en línea. Aun cuando contribuyen a la diseminación de la documentación científica –con las consideraciones antes mencionadas– el acceso irrestricto beneficia no sólo a médicos e investigadores, maestros y estudiantes, sino a mentes curiosas que pueden hacer uso irresponsable de la información.

New England Journal of Medicine, en su edición del 28 de febrero de 2013, dedica varias páginas a un análisis de la situación actual de la industria editorial científica. Le invitamos a leer ésa y otras publicaciones relacionadas para reflexionar en un fenómeno que se antoja irreversible. Aunque el tiempo, como gran depurador, tiene la última palabra.

Dra. Julieta Ruiz Esmenjaud
Dr. Roberto Arenas Guzmán
Comité Editorial DCMQ